En una idea inmersa en el kaos, donde cada día se inicia el ciclo del pensamiento en los vicios diarios, las costumbres milenarias y algunas ideas de lo más estrafalarias. La economía marca la historia, la intención de las personas radican en la acción de la palabras, los objetos que nos brillan y el buen vivir de muchos o algunos tirillas.
En ese inmenso kaos que es la sociedad del consumo, la del disimulo por chorizos y espantajos, por vender sus pertenecias a la mejor apuesta incluidas evidencias de ser a veces muy políticos, muy acólitos, verbeneros y sin apegos a las pobrezas ajenas, a las enebitables condenas de pueblos en desgracia, de gente con poca idiosincrásia y otros agraciados en mal estado, en pésimo y mal regulado, en inhumano y sempiterno ocaso, dando esa canalla clase de poder establecido, de reglas en el filo y normas que por duras no sé si duran más de lo imposible. Establecidas las reglas con puntos y comas, establecidas las reglas en lo que bebes y comas, establecidas las reglas en los horarios imposibles, en los precios incomprensibles de las bases comestibles, en los impuestos ya superpuestos a lo clásico y dispuesto, a lo ya promulgado por la historia, disecado en la boveda de un tiempo infinito, donde todos bien guardaditos esperan su turno con preciado numerito, sustituto o alguien con vuelo gratuito, para llegar donde el nunca jamás llego bicho alguno, allá donde termina el desierto de las promesas, sueños y pasatiempos, donde termina lo eterno acomodandolo a un mundo sin el verde futuro o algo más duro. Transformarlo es tarea para sabios, que trabajan en el pensamiento, en el trabajo de un mundo nuevo y en las palabras que intercambiamos, día a día, mano con mano.
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