Escribo, con mi derecho a pensar y plasmar mi visión eterna de las reverencias que dicta nuestro corazón. Cuando perdido en la vorágine del zumbido interior, hace de mi pecho todo un favor al amor eterno que acompañando a los sueños etéreos y sus musas van diciendo; tener sentimientos cuando contemplo su color al pavor, su sonrisa polisemia y su barroco camino, lleno de líquidos, no vinos, amplios destinos y olor a condominios. Que letras de poetas son suficientes para amar eternamente, para catapultar mi lo siento a la muerte, mi ardor en el vientre y mariposas en laderas y pendientes, como podría llegar a todas esas mentes que felices me sienten y recorro paciente, sus mejillas sonrientes, sus miradas brillantes y el sabor de unos labios donde lo eterno tiene nombre, donde su aliento me hace hombre y sus besos me comen y me comen. Que feliz me hace, mi derecho a sentirlo, mi más fácil camino al pensar en sino, de la eterna arena, de mis playas venideras, del calor del verano y sus pies quizás por allí andando, con canciones y letras que acompañan, a sin razones y molestias, a distancias sin maletas y días y días sin imágenes, palabras y caretas. Que escribo si no siento lo que siempre será eterno a lo más bello, a lo que nos dice el tiempo, parar sin descansar, respirar sin morir y tener lo que tenemos con todo ese fuego, que calienta el alma, si existe, el cielo, si es más allá y la mirada de ir muy poco a poco demorando el momento, construyendo el monumento y componer la canción de amor, el amor más lejano, el que cotorras y escribanos, hacen en primavera, alargado al verano y sentirlo en las caricias de mis dos manos.
