jueves, junio 19, 2008

UN BOCADILLO DE AGUACATE

A veces con tomate, aceite y pronunciarte, cantarte y morderte el aguacate, con la puntita de la lengua, con mis dientes acariciantes y el pan de un día antes, el aguacate relajado, de un verde enturbiado o rojo desmesurado, el tomate, de gambas, cigalas y mayonesa, encima de la mesa, en el plato y de plástico que es más barato, acompañado, con huevos duros, blandos o picando, entremeses y exquisiteces, con tenedor, sin pudor y mucho calor, pan tostado, rodajas de queso y de vez en cuando un profundo beso, sin mezclar, el aguacate, la trompa de elefante y las cola colgante, antidigestivo, cognoscitivo y precolombino, pero sabrosón, malecón y con mojito no tiene parangón. El aguacate caribeño, extremeño y muy isleño, de climas cálidos, suaves y especiales, de árbol no caído, de merengue con vino y el baile siempre contigo, de saborear la vida con aguacate, a tu costate y muy juntate.
Comerte el aguacate sensibiliza, contabiliza y me deja la cosa que aterriza, feliz me siento cuando me como un par de ellos, satisfecho con tres o cuatro, pero si de calidad, capacidad y comodidad hablamos, el bocadillo de sardinas, con tuti cita y con la más fina de las ambrosías, tiene todo y para todos, grasita de la buena, vitaminas de no dar pena y mucho verde que ahora es lila pero no domina y sensibiliza.
Un buen bocadillo de aguacate, conmemora la fiestorra, apachorra las manolas y consigue un toque pijo a todas las comilonas, poder, comer, aprender y contener, es el no secreto de un decreto que por ley se pública, dulcifica y caduca al día claro.
Aguacates al poder de convencer de su alimento, aliento y conocimiento, del portento de su invento y las palabras de un contento por nada, por colarte y por comer un simple bocadillo de aguacate.

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