Es cuestión de comunicarse, si te ollen los demás, si tu olles al resto del planeta, si tu comprendes lo que quieren pensar los que van a hablar, si te comprenden en lo que discurres, si es comprensible lo que parece inaudito, si pasas de todo y a otro capítulo, si escuchas, comprendes y tratan de decir, toda esa gente, que rige la pendiente, del destino complaciente, de tu camino feaciente, con la verdad de ambivalente, con la no acción de una cierta condición, con la convicción de convivir en una tarde gris, en catastrofes mil y circulos cerrados, ya viciados, donde todos somos alejados, profugos e ignorados, donde la consecuencia es una vil indigencia, de ideas sin cabeza, de permitir los atropellos, loa abusos y descabellos, ser tolerantes por los ruidos y lo de raparte, ser consecuentes con temores que vienen de antes, del poder convincente y que nada se atreve la gente. La palabra más alta, llega en una carta, con letras mayúsculas, negrita y con fuentitas, las que nos dicen, nos atropellan y por la fuerza suprema nos comunica, lo que nos quitan, atesoran y deboran, lo que antaño por años recelan en cantinelas, en palabrejas y en sonidos contenciosos, en tambores algo ruidosos y en sordos vanidosos, el detalle de la silenciosa calle, que paseas interminable, que termina en ninguna parte, el sonido comunicativo, de los profundos intuitivos, de la inteligencia bienvenida y de todo eso que se llama progreso, teléfono, bocadillo de quesó(plastificado), requesón con salchichon del país de al lado y de los viajes en viejos y grandes barcos, para llevar la voz, del que se llama cantor para comunicar que sé revelar con música y sin ella, pero eso si siempre con ruidos de comer paella y tragar con lo que dicen; ser felices y no mateis lombrices.
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