En el bosque de las dudas, las tremendas, las que más abultan y se esparraman por edades inconclusas, las mentes siempre infantes, de sonrisas donantes y mochilas al instante. Viajeras dudantes por quemar simple carburante, por enternecer a sus principales, sacarles lo que puedan en el momento que llega y concluir las espectativas, con simples peladillas, dulces con nocilla y galletas de chocolate que hace, el servicio que un extraño vivo, realiza y realza, la vagancia, la tolerancia y las concluyentes amenazas, del educando que va mandando, la siniestra figura de un a veces cura, de algunas veces los que más torturan, en sinfonias inmaduras, de perfil perdura y de acongojados por el miedo, por el rato y el caricato, dibujar la eterna juventud de los juegos, de tu a tu, de las gincanas de jugables caras, con los acariciantes egos, del apego, del after ego, del que se siente pequeño, con lemas de florero, de inquieto posturero y de lo que alli y allá se dice, de su dedo indice, placentero, de sus pelos con caricias y pomelos, de los mordiscos a cualquier fruta prohibida y de sus letras con canciones, repletas, de decisiones, ficciones y emulaciones, para entender la sinfonia, esa tremenda melodia que es la vida, la tierna estampa, de una balanza, que golpea a derechas por ser promesas y regala a izquierdas, por ser extraña y muy ciega.
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