martes, noviembre 18, 2008

MÚSICA POR COMPASIÓN

Lo verdaderamente bello que tiene la música creada por nosotros mismos, es el sonido infinito, nada parecido al contenido y supuestamente, lleno de matices, que suelen quedar en diferentes especies, de sonidos catastroficos, movimientos contunciosos y un sin fin de notas, que denotan los que dan la nota, del sabor de una boca, ya sea de trompeta, pandereta o una simple ocarina con cierto sabor a nocilla, que hace de las mañanas una delicia, con contumacia y mucha pericia.
Pero el verdadero instrumento para realizar todas estas vicisitudes, es el saxo y sus contundentes virtudes, tuve la gran suerte de acariciar el primero allá por es año 1979 en plena orgia de la noche de Barcelona, cuando las noches eran noches eternas, cuando la música se hacia hasta con las piernas, en imnumerables discotecas, en antros de vinacotecas y en sotanos con mil arquetas. El jazz, la capela, el mambo y la salsa cubana se entremezclaban en una sola banda que transcribia sus notas, através del pasota, del que improvisa y de todas las mentes que sin visa, recorrian sin prisas, las calles con brisa, ratas con pericia y bebidos por simple vino que alli donde podian, matenian el equilibrio; acaricié aquel saxo, lo note en mis manos y dando la nota sople como un idiota, el sonido fué de impronta y así di mi primera mala nota. Tuve otro encuentro con el saxo, en el año 1984 en el Pallars Sobirà, donde las noches de mariposas, nos daban muchas notas y el cubata era para las locas, el ambiente, Bar de montaña, con lugareños y castañas, donde tradiciones y canciones se mezclan en sabores, cantores y algunos vividores, que aprovechaban las visitas para sacar algunas citas, con pericia y tendencias, con su clasica carencia y............bueno que di el do, soplé tipo tenor y me salió, la nota que establece el músico que promete y que toca otra cosa, por impaciente y sinceramente por que tocar el saxo es noble, alto y pesado al abrazarlo, en fin que no he vuelto a tocarlo, si a mirarlo, admirarlo y sentir el brillo de su canto, en bandas consagradas, robots de hojalata y algún que otro cantautor, que sin ninguna condición, hace del saxo, un trombón sin condiciiones y sin ninguna compasión.

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